lunes, 14 de junio de 2010

Retrospectiva y presente

Hace poco más de un año no era más que un cadáver andante, una patética carcasa vacía, desposeída de cualquier emoción que no fuera una infinita tristeza.

Cuando lo recuerdo casi parece un mal sueño o, peor aún, el producto facilón de la mente de algún escritor mediocre de novela romántica.

Pero fue real, y conviene no olvidarlo.

Y ahora la vida me sonríe. Y los hados me favorecen y el destino se torna halagüeño.

Porque a veces uno se lleva agradables sorpresas y aprende a valorar lo que merece ser valorado. Y aprende de los errores del pasado, y del calvario sufrido, y crece como persona y se vuelve más fuerte.

Y cada vez hay menos tropezones y el camino es más llano, y el viento sopla a favor y la tormenta se repliega para permitir que el sol nos caliente.

Y vuelvo a beber del arroyo y el agua está fresca, y no envenenada, y me llena de vigor y de confort en lugar de enfermarme.

Claro que aún escuece a veces, qué tontería, y que puede que alguna cicatriz me acompañe el resto de mi vida. ¿Alguna vez fui tan ingenuo como para pensar que no sería así?

Pero el tiempo hace su labor y las heridas sanan.

Nunca tuve la certeza de que sería así, sólo la intuición.